Recuerdo la sensación de vacío que me aportaba el primer año de aquella carrera, esa emoción en la que sentía que me faltaba algo. Pero ese vacío comenzó a llenarse tanto que se desbordó de buenos momentos, de gente especial, de la vida de universitario y por supuesto, de la vida de la experiencia.
No cabrían en un libro la de anécdotas vividas y emociones atesoradas. Comenzando con una extinguida prueba de acceso, que se fue en el tren antes de que llegará, o la cantidad de lluvia que hay en Asturias el primer día de clase. Recuerdo una fiesta de disfraces a la que nunca asistí, o la de horas que pasé pegada al teléfono para hablar con… (que tontas somos a veces) incluso recuerdo cartas, y muchas sorpresas. Una anecdótica primera nochevieja universitaria con una cena que no reparaba en gastos. Sin olvidar aquellas reuniones de imprimaciones y secretos de la vida diaria. También recuerdo mi huída el primer curso, apelotonada debajo de un caballete y un montón de lienzos, recuerdo muchas tardes de risas en aquel curso subiendo unas escaleras, o las tardes que entre juegos de campamento me enseñaron lo rápido que pasa todo esto.
El segundo curso fue de otra manera, se perdió la necesidad de coger el bus cada fin de semana, comencé a vivir con uno de los frutos d mi árbol y descubrí que las sombras me ponen de mal humor. También me di cuenta de que el desenlace de un buen rato se puede comprar en el “súper” de manera impulsiva, también me cercioré de lo odioso del barro en mis manos, o las ganas que a los 20 tenía de conocer el mundo.
El ecuador de todo esto pintó muy abstracto y sentados en el saloncito de clase pasábamos los días. Un inolvidable viaje sembró la semilla de aquel árbol al que una botella de Jack Daniels estuvo a punto de perder, y aquella chica-guía que nos llevaba a matacaballo visitando todo tipo de rincones de tres países en una semana, mientras solfamideabamos y comíamos Sachertorter. Ese curso me mudé a un pueblo de Rusia y pasee por el paseo de la fama. Recuerdo también una dichosa puerta y una lucha de visitas y un “quédate a dormir” que desencadenó en discusiones individuales al año siguiente.
La cuenta atrás comenzaba y la apertura y resumen del cuarto año fue un mar de lágrimas que no fueron derramadas en balde, sino que sirvieron para regar el árbol que se veía conmigo cada tarde para entre otras cosas jugar al baloncesto, y junto a un ángel de la guarda que no me dejó caer, donde con un simple “dos con leche” yo era capaz de ahogar y desahogar aquella pérdida. Sin olvidar un loco año de nombres olvidados, que amenizado con canciones flamencas y jamones de york de pata negra descubrí que no necesitaba a nadie más para ser feliz.
No podría haberse clausurado mejor esta etapa de mi vida, viviendo por fin en la casa árbol, donde un famoso caballero me quitó los malos humos, donde cada día despertaba de mejor humor, y donde una agobiante asignatura me enseñó más de todo de lo que nunca aprendí jamás. Con un día “gloricioso” preparado con bastante antelación. Y donde descubrí a fondo a 7 personas que cambiarían el rumbo de mi vida.
5 años que superan a todos los vividos, y que tal vez allí no aprendiese que es la campana de Gaüs, sino que lo mejor de una licenciatura es todo lo que vives y aprendes de tus compañeros.
ufffff...tantos y tantos recuerdos se agolpan en la cabeza, que duele! Primeros encuentros con cola de burro, también desencuentros...sino, la vida no tendría mucha "chica". Y luego todo lo que vino después. Momentos de angustia, momentos de soledad compensados uno a uno con instantes de carcajadas y miradas cómplices.
ResponderEliminarTodo mereció la pena, y lo merecerá siempre.